viernes, 11 de octubre de 2013

Mi cruel destino

En aquel momento no sabía como debía tomarme esta situación, el cuerpo, ahora moribundo, de mi esposa, estaba medio tendido en el suelo. Estuve un rato con el corazón en un puño, escuchando los latidos que se volvían mas lentos y débiles. Y por cada latido, mis lágrimas mas pedían a gritos salir. No podía salvarla, la zarandee varias veces sin ninguna respuesta. No se movía pero en sus ojos había un pequeño brillo pero este se disipaba cada vez mas rápido, susurré como pude que aguantara pero ni reconocí mi propia voz cuando le rogué que no muriera pero era egoísmo pedirle aquello en su horrible estado. Respiraba, eso era buena señal, pero que tosiera sangre no lo era. Al final, mis lágrimas salieron de la nada, humedeciendo sus mejillas cuando estas se deslizaban por las mías y caían por mi barbilla. Entonces levanto sus manos y me acaricio ligeramente con las yemas de sus dedos y antes de que sus labios se abrieran, su corazón, dejándola acurrucada en mi, se detuvo y un dolor se apodero de todo mi ser. Mi rubia, mi amada rubia había dejado el mundo en mis brazos y ni siquiera pudo decirme sus últimas palabras.

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